La noche ya se cernía sobre los árboles más altos del bosque. Una extraña oscuridad cubría el sendero. El olor húmedo de los helechos y del barro bajo las hojas caídas y mojadas.Ya no se escuchaba el canto de los pajaros diurnos, y los nocturnos estaban en silencio. Un silencio que se oía como un amortiguado zumbido, grave y lejano. Muy lejano...
Era una noche clara, con la luna creciente extraordinariamente nítida y perfilada. Pero aún estaba baja y no iluminaba el sendero, aunque si había en el bosque una claridad lechosa y un aire denso.
Y derrepente un intenso olor a velas le envolvió la nariz, en una ráfaga de viento. Y una claridad blanquecina e inusual empezó a moverse entre los árboles de su izquierda. Moviendose hacia el sendero. Hacia él...
Le estrañó el temor que le produjo el silencio, recorriendo zizagueante por el interior de su cuerpo. Entonces la vio. Sólo unos segundos. El tiempo que tardó en reaccionar y tumbarse en el suelo, con la boca rozando el barro y la hierba del sendero.
Allí viendo el reflejo de la luz de las velas barriendo el suelo ante él, volvió a ver lentamente al panadero del pueblo llevando una cruz y un caldero de metal y detrás un par de filas de seres, unos con túnicas blancas y otros con túnicas negras, moviendose lentamente dentro de un capullo luminoso de luz blanca irregular y brillante.
Sus sensaciones se volcaron en la difusa inpresión de la mano de un ángel triste. Esas dos palabras juntas le resultaron perturvadoras. ¿No estaban siempre contentos los angeles cumpliendo las órdenes divinas?. Se respondió a si mismo que no. Eran un puente entre dioses y humanos, algunas materializaciones les producirían tristeza. Y ente caso lo triste estaba dentro de ese vagar perpetuo, porque vagar no es buscar, sino moverse sin dirección ni sentido.
El roce fue fugaz, pero con una carga cristalina, y por ello enigmática, de algo implacable. Y, curiosamente dejó de sentir miedo. Incluso estuvo tentado a levantarse del suelo antes de que desapareciera el brillo de la comitiva entre los árboles al otro lado del sendero. Cuendo estaba a punto de levantar la cabeza, el recuerdo de la encrucijada vital le golpeó con la presencia de una revelación imposible.
Aquella comitiva de la que había oído hablar lejanamente, no era sensata. O tal vez si.
Todo incluso sus manos extendidas ante él, estaban cubiertas por una luz crepuscular que no se correspondía con la noche de luna creciente.
Luego empezó un desfile de imágenes aparentemente desligadas. La palidez y el progresivo adelgazamiento del panadero. Ojos abismales de espiritus sin nombre que jamás habían sido humanos. Zonas entre mundos donde se vagaba entre sombras. Estelas visibles de cuentos inmemoriales, como una capa húmeda sobre la parte más antigua y profunda de las almas perdidas.
Era una noche clara, con la luna creciente extraordinariamente nítida y perfilada. Pero aún estaba baja y no iluminaba el sendero, aunque si había en el bosque una claridad lechosa y un aire denso.
Y derrepente un intenso olor a velas le envolvió la nariz, en una ráfaga de viento. Y una claridad blanquecina e inusual empezó a moverse entre los árboles de su izquierda. Moviendose hacia el sendero. Hacia él...
Le estrañó el temor que le produjo el silencio, recorriendo zizagueante por el interior de su cuerpo. Entonces la vio. Sólo unos segundos. El tiempo que tardó en reaccionar y tumbarse en el suelo, con la boca rozando el barro y la hierba del sendero.
Allí viendo el reflejo de la luz de las velas barriendo el suelo ante él, volvió a ver lentamente al panadero del pueblo llevando una cruz y un caldero de metal y detrás un par de filas de seres, unos con túnicas blancas y otros con túnicas negras, moviendose lentamente dentro de un capullo luminoso de luz blanca irregular y brillante.
Sus sensaciones se volcaron en la difusa inpresión de la mano de un ángel triste. Esas dos palabras juntas le resultaron perturvadoras. ¿No estaban siempre contentos los angeles cumpliendo las órdenes divinas?. Se respondió a si mismo que no. Eran un puente entre dioses y humanos, algunas materializaciones les producirían tristeza. Y ente caso lo triste estaba dentro de ese vagar perpetuo, porque vagar no es buscar, sino moverse sin dirección ni sentido.
El roce fue fugaz, pero con una carga cristalina, y por ello enigmática, de algo implacable. Y, curiosamente dejó de sentir miedo. Incluso estuvo tentado a levantarse del suelo antes de que desapareciera el brillo de la comitiva entre los árboles al otro lado del sendero. Cuendo estaba a punto de levantar la cabeza, el recuerdo de la encrucijada vital le golpeó con la presencia de una revelación imposible.
Aquella comitiva de la que había oído hablar lejanamente, no era sensata. O tal vez si.
Todo incluso sus manos extendidas ante él, estaban cubiertas por una luz crepuscular que no se correspondía con la noche de luna creciente.
Luego empezó un desfile de imágenes aparentemente desligadas. La palidez y el progresivo adelgazamiento del panadero. Ojos abismales de espiritus sin nombre que jamás habían sido humanos. Zonas entre mundos donde se vagaba entre sombras. Estelas visibles de cuentos inmemoriales, como una capa húmeda sobre la parte más antigua y profunda de las almas perdidas.
3 comentarios:
¡¡Joer, lo estoy leyendo de noche y me están entrando unos escalofríos...!!! ¡¡Pero sigue contando!!
Jolin, si k caga, es una leyenda urbana,no? prk spero k no existan... XD
es una leyenda cierta
es de galicia
ciertamente mucha gente afirma haber visto la santa compaña
andi_yo
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